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Carta Abierta 
      dio a conocer otro de sus escritos.
BUENOS AIRES.- La organización intelectual mas importante que ha dado la democracia desde 1983, Carta Abierta, dio a conocer un manfiesto nuevo con el nombre de Carta de la Igualdad que transcribimos a continuación, en el que hacen un balance del actual momento.
Carta de la igualdad
I
      El triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones del 
      23 de octubre con el 54 por ciento de los votos expresa la voluntad popular 
      por la profundización de los cambios. En esa decisión de millones 
      de personas se vislumbra la apuesta por una política transformadora, 
      perseverante en su irreverencia frente al orden establecido. En su seno, 
      conjurando la totemización del mercado, rescatando voces antiguas 
      de la fragua popular e intentando frente a ellas nuevas formas de lo político, 
      late incipiente la otrora desterrada utopía de la Igualdad. Es acompañada 
      por la validación de un tipo de gobernabilidad que no puede concebirse 
      por fuera de la recreación incesante de lazos constitutivos con una 
      sociedad activa, heterogénea y abierta, y el impulso hacia un extendido 
      compromiso militante que tiene en el entrecruzamiento generacional y la 
      convocatoria activa de la juventud una de sus dimensiones más notables. 
      Los argumentos simplistas de la gran prensa voto conservador, el consumo, 
      la oposición inexpresiva son velos que ocultan otros destellos 
      resultantes de ocho años de continuidad que también sostuvieron 
      el 54 por ciento. El humor social, la recuperación de valores que 
      parecían perdidos, la identidad como pueblo, la confianza en un liderazgo, 
      el compromiso creciente en capas de la sociedad para participar en lo público, 
      la perspectiva y esperanza en un futuro.
      Recordemos que apenas una década ha transcurrido desde las jornadas 
      de movilización popular de 2001, cuando en las calles se sancionó 
      la derrota política y comenzó el retroceso cultural 
      de un modelo económico centrado en el capital financiero y un modo 
      de gobierno consistente en la mera administración de lo ya dado. 
      Fueron días de indignación y luchas callejeras que hicieron 
      visibles y generales otros combates, los que venían sosteniendo organizaciones 
      diversas desde mediados de los años 90. Y si aquéllas 
      habían crecido en la resistencia, creando formas nuevas para la política, 
      los acontecimientos de diciembre fueron sancionados con una brutal represión. 
      La crisis desencadenó una transición política que descargó 
      los enormes costos y ajustes del desplome neoliberal sobre las vidas de 
      las mayorías, ya severamente empobrecidas por el régimen caído. 
      Juntamente con una aguda recesión avanzaron la desocupación, 
      la exclusión, la marginación y la pobreza, mientras la llamada 
      pesificación asimétrica transfería ingresos 
      a los sectores más concentrados de la economía.
      La Historia abrió una alternativa y una esperanza en 2003. La extendida 
      experiencia política que denominamos kirchnerismo, como 
      metáfora nominativa de una capacidad transformadora de características 
      propias, posee un doble carácter: se nos presenta como la evidencia 
      política e institucional de un heterogéneo subsuelo popular 
      irredento en incesante movimiento, capaz de establecer los núcleos 
      programáticos de una nueva etapa argentina, en plena ocasión 
      de una crisis de hegemonía de dimensiones y, a la vez, como un inusitado 
      giro de la historia, una inflexión sin coordenadas de arribo, un 
      acontecimiento creativo que cambia los parámetros amputados de una 
      dinámica de poder sin destino posible mayor que el de una tragedia 
      que muta en parodia de sí misma. La figura de Néstor Kirchner 
      fue el epicentro de esa combinación. Asumió la presidencia 
      con un discurso nacional y popular que se distancia del camino industrial-primario-exportador 
      sin inclusión social (desarrollista de derecha), que había 
      intentado desplegar la transición duhaldista. Las urgencias de la 
      democratización de la economía, del crecimiento del empleo 
      y de la producción se concibieron, en el incipiente proyecto, inseparables 
      de la aspiración de reconstruir el mercado interno y recomponer los 
      ingresos de los sectores populares y medios. Al mismo tiempo, el nuevo gobierno 
      se pensó como heredero e intérprete de la movilización 
      social, viendo en lo popular no sólo los rostros de las víctimas 
      del orden en crisis, sino también los de una organización 
      de la que no se podría prescindir. Los movimientos de desocupados 
      fueron actores y partícipes de la nueva construcción, junto 
      a los trabajadores organizados y un múltiple escenario social y político.
      La desarticulación del último gran intento por emprender un 
      proyecto de transformación nacional había sido acometida por 
      la dictadura terrorista de Estado, más de un cuarto de siglo antes. 
      Los comandantes y ejecutores de la represión masiva de aquella época 
      se encontraban sin juicio ni castigo. Los primeros intentos de justicia 
      sucumbieron bajo las leyes de impunidad. Pero en nuestro país se 
      había desarrollado una inédita construcción militante 
      de derechos humanos. Heroica por parte de las Madres de la Plaza, que en 
      plena dictadura lucharon por la recuperación de sus hijos, y multiplicada 
      luego en un vasto friso de militancias. Con la decisión de desarmar 
      el dispositivo de la impunidad, el gobierno recuperaba las reivindicaciones 
      centrales de ese movimiento: Memoria, Verdad y Justicia y, al hacerlo, se 
      fundaba a sí mismo como una experiencia política radicalmente 
      nueva. El desarrollo de los juicios, la ejecución efectiva de cientos 
      de sentencias y la constitución de una narración de los hechos 
      centrada en la condena del terrorismo de Estado configuraron un camino que 
      debe seguir siendo profundizado con la investigación de los civiles 
      que colaboraron y fueron beneficiados como en el caso de Papel Prensa 
      y otras 600 empresas por lo tramitado en las mazmorras concentracionarias. 
      Consecuente con la profundidad de su compromiso con los derechos humanos, 
      una de las características distintivas del proyecto iniciado en 2003 
      ha sido la firme decisión de los gobiernos nacionales de no reprimir 
      la protesta popular.
      El desendeudamiento con el FMI y la restructuración de la deuda externa 
      con una quita inédita, las negociaciones salariales en paritarias 
      que construyeron una dinámica de recomposición de ingresos 
      y, luego, la estatización de la administración previsional 
      y la inclusión de millones de beneficiarios excluidos en el régimen 
      jubilatorio trazaron un camino en el que la disidencia con las recetas de 
      las ortodoxias financieras se estableció en el plano de los hechos. 
      La desarticulación del ALCA marcó el nacimiento de una nueva 
      política de integración regional que se iría constituyendo 
      en nuevas instituciones, con el Banco del Sur, la Unasur y la flamante Celac. 
      El latinoamericanismo dejaría de ser horizonte de deseo o bandera 
      justamente compartida para convertirse en definición de una política 
      internacionalista y regional.
      
II
      En 2008 la nueva época adquirió otros contornos, signados 
      por el conflicto y el entusiasmo. El justo proyecto de retenciones móviles 
      a las exportaciones agropecuarias condujo a una aguda confrontación 
      del proyecto nacional con el bloque de poder que operó y opera 
      como el agente interno de la restauración del proyecto derrotado 
      en 2001. Las corporaciones patronales del campo resistieron y no estaban 
      solas. Un tejido nuevo de poder económico se había articulado 
      en el agronegocio con ellas. Contaban con el apoyo de los medios de prensa 
      concentrados, emparentados ideológicamente y entrelazados con los 
      negocios ligados a la Argentina reprimarizada de fin del siglo pasado. Se 
      sumó toda una oposición política variopinta que conjugaba 
      discursos republicanos, conservadores y progresistas para la 
      ofensiva destituyente. Organizaciones emblemáticas del empresariado 
      industrial, como la UIA, beneficiarias de las nuevas políticas, no 
      se comprometieron con el instrumento que favorecía la diversificación 
      productiva del país, ya por ataduras con la persistente creencia 
      neoliberal, ya por la apuesta a un modelo centrado en la demanda externa 
      y sustentado en salarios bajos.
      Los tiempos eran agónicos y parieron nuevos actores en conflicto. 
      Se constituyó el bloque que afirmaría la continuidad de un 
      proyecto que, si heredaba los movimientos populares argentinos, también 
      se mostraba prístino en sus diferencias y fundamental en su novedad. 
      Las organizaciones sindicales, sociales, de derechos humanos, una buena 
      parte del arco político progresista y de la izquierda no peronista, 
      se asociaron estratégicamente al futuro del kirchnerismo, que se 
      afianzaba como identidad política. Un frentismo de hecho defendía 
      al proyecto del intento de la restauración conservadora. Carta Abierta 
      nacía en ese momento de disputa como expresión de un tipo 
      de militancia que consistía en tomar la palabra colectivamente, procurar 
      interpretaciones y asumir un compromiso público. El conflicto era 
      evidente: frente a un bloque que impulsaba la autonomía nacional 
      y ala ampliación de derechos se alzaba una coalición destituyente 
      promovida por la elite del privilegio.
      El año 2009 en el que se afrontó un resultado electoral 
      adverso supuso un desafío de gran dificultad, pero las fuerzas 
      estaban templadas y el Gobierno profundizó las políticas reparatorias. 
      La Asignación Universal por Hijo y el programa Argentina Trabaja 
      signaron ese momento. Coincidieron durante ese año los efectos de 
      la sequía y la primera fase de la crisis internacional, que fueron 
      enfrentados con políticas y medidas que desafiaban las ortodoxias 
      y recomendaciones de los poderes internacionales y locales. Pese a que no 
      escaseaban los conflictos, el Gobierno impulsó con fuerza otra reforma 
      estructural: una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que 
      prescribe límites a los monopolios y amplía el derecho a la 
      información. Doblar la apuesta se constituiría en una marca 
      de estilo frente a las adversidades.
      En dos acontecimientos de 2010 pudo verse el cierre de las dificultades 
      mayores del período: en la fiesta callejera de la conmemoración 
      del Bicentenario y en la dolida y colectiva despedida a Néstor Kirchner. 
      Porque si en el primero se vio la multitud reconocida en la nación 
      que se conmemoraba y esto es: no en abierto conflicto con el gobierno 
      que la representaba, en el segundo fue la emergencia de un compromiso 
      activo y militante, descubierto junto con la propia fragilidad de las vidas 
      que lo habían incitado. Y si la fiesta del Bicentenario era la contracara 
      de la justa ira de diciembre de 2001, el duelo en la plaza reponía 
      una confianza en la política que era impensable diez años 
      atrás.
      
III
      Eso fue posible porque la apuesta no fue leve y su horizonte fue la Igualdad. 
      Que no es fácil de definir aunque se advierta su búsqueda 
      en luchas, movimientos, documentos, leyes, hechos de gobierno. No es fácil 
      porque se enlaza a otras cuestiones: la de la Justicia, la Libertad. Elegimos, 
      en este momento, llamar Igualdad a las posibilidades de una sociedad más 
      justa con sus integrantes, menos esquiva de lo fraterno y lo cooperativo, 
      menos abrupta en el recorte de las libertades para algunos. No se trata 
      sólo de igualdad de oportunidades reclamada por el liberalismo ni 
      de distribución económica, aunque todo ello resulta imprescindible. 
      La ley del matrimonio igualitario que lleva en su nombre la cuestión 
      que tratamos, seguida por otras de muy reciente aprobación, 
      evidencia una virtuosa escucha legislativa de los reclamos y valores impulsados 
      por las minorías. El derecho al aborto, concebido como defensa de 
      la autonomía de las mujeres a definir sobre su cuerpo y su deseo 
      a la maternidad y ya no como sumisión a la voluntad de un otro, 
      está en el horizonte de esas medidas que, impulsadas por pocos, inauguran, 
      sin embargo, otro estado de los valores, las creencias y las lógicas 
      que estructuran la vida social.
      Si la Igualdad es el horizonte de estas políticas, lo es como igualdad 
      en la diferencia y reconocimiento de la heterogeneidad. Lo es como ampliación 
      de la ciudadanía, que se va desplegando en un recorrido desde la 
      inclusión con las múltiples estrategias de reparación 
      social hacia la Igualdad. No es poco lo que falta en este sentido 
      y seguramente nunca el camino estará cumplido. La igualdad en la 
      diferencia debe ser también el signo de una democratización 
      profunda de la cultura, a la que las mayorías tengan acceso, generando 
      disposiciones al conocimiento y el disfrute de lo creado por este país. 
      Democratizar la cultura no es sólo generar espectáculos masivos. 
      Es también crear las condiciones para la renovación del gusto 
      cultural popular y para el impulso hacia la emergencia de nuevas y distintas 
      expresiones. Hay mojones de este intento como la ley de medios y Tecnópolis 
      que deben ser profundizados y ampliados. Muchos pasos se han dado de 2003 
      a hoy para disminuir la desigualdad que había generado la destrucción 
      de la educación pública. Más chicos en la escuela y 
      almorzando con sus familias. Menor deserción. Primeras camadas del 
      secundario en algunas zonas del país. Docentes reconocidos en su 
      dignidad de trabajadores. Bibliotecas y netbooks para todos. Estos cambios 
      destacan y promueven el desafío de avanzar por lo aún faltante: 
      la buena escuela pública, como la mejor alternativa de formación 
      en todos los lugares y para todos los sectores. Habrá que explorar 
      pedagogías, cruzar saberes y pensamientos, interrogar los modos de 
      transmisión del conocimiento; pero esto será posible no sólo 
      por el trabajo de especialistas sino también por la mayor participación 
      de sujetos activos con compromiso en la transformación cultural y 
      social necesaria para la buena educación. Ello requerirá que 
      la política de Estado enunciada en la Ley de Educación Nacional 
      se traduzca en prácticas sociales que legitimen en todo el territorio 
      de nuestro país el derecho a la educación pública en 
      una sociedad democrática. Pero aun con los cambios legislativos y 
      políticas implementadas, subsisten tendencias estructurales regresivas, 
      constitutivas de una matriz de sistema educativo, cuya reversión 
      es imprescindible para atender al objetivo de la Igualdad. El creciente 
      peso relativo de la educación privada sostenida con financiamiento 
      del Estado en todos los distritos del país, pero con más 
      intensidad donde predomina la población de sectores medios, resume 
      la significatividad de esas herencias. Ese avance en desmedro de la centralidad 
      de la educación pública es una fuente de desigualación 
      social que conjuga desde segmentaciones clasistas hasta prejuicios raciales. 
      La superación de esta lógica requiere de la convocatoria a 
      los docentes, a los sindicatos y a la participación popular para 
      movilizar la reposición de la escuela pública como núcleo 
      clave de igualación social y forja de unidad popular.
      Una nueva etapa del proyecto nacido con la asunción de Néstor 
      Kirchner en el año 2003 queda inaugurada en los discursos de cierre 
      de campaña de la Presidenta, en ocasión de la victoria electoral 
      y en el foro del G-20. En ellos el ideal de la Igualdad y la crítica 
      del orden global del neoliberalismo resonaron como sus núcleos clave. 
      Posicionarse desde América latina y el Caribe sin neutralidad ni 
      imparcialidad señala el alineamiento frente al poder central en el 
      orden internacional y del lado de las mayorías populares en la política 
      nacional. No son aceptables las interpretaciones de este triunfo electoral 
      como el resultado de un modelo de consumo y a la vez clientelar, del tipo 
      del que signó a los años noventa. En éstos se trataba 
      de una política de dádivas en un proceso de exclusión, 
      en tanto el crédito a los sectores medios, el dólar barato 
      y la focalización arbitraria constructora de desigualdad 
      avanzaban con un discurso que naturalizaba la desaparición de la 
      política como herramienta de transformación. Se trata de la 
      diferencia del sufragio en una nación de ciudadanos frente al voto 
      en un mercado de consumidores.
      
IV
      La histórica denuncia de las relaciones asimétricas 
      en la reunión de Mar del Plata, que derrotó al ALCA, y los 
      proyectos de constitución del Banco del Sur y de la Unasur, así 
      como la desvinculación de las políticas recomendadas por los 
      organismos financieros internacionales, precedieron a una crisis que tiene 
      alcances inéditos, dramáticos y de fin imprevisible. La nueva 
      política económica heterodoxa desarrollada por la Argentina 
      y buena parte de América latina y el Caribe generó mejores 
      condiciones para las respuestas frente a la profunda crisis que se despliega 
      en el nivel de la economía mundial.
      El desplome financiero conduce a la destrucción de un stock de capital 
      ficticio inconmensurable que provoca el desmanejo de las finanzas globales 
      por los organismos creados para ese objetivo. Las derechas de los países 
      centrales se obstinan en profundizar la lógica ultramercantilista 
      en el funcionamiento de las economías, tanto en los órdenes 
      nacionales como en la esfera global. En esos países la democracia 
      emprende el retroceso a una formalidad sin ciudadanía, mientras el 
      poder financiero elige tecnocracias para dirigir sus destinos. Las instituciones 
      que fueron origen y centro de la crisis intentan someter a su cruda ley 
      los presupuestos públicos y dar garantía de continuidad al 
      capitalismo en su forma de financiarización. Xenofobia y ajustes 
      en los presupuestos públicos, privatizaciones de empresas de servicios 
      y reducciones de salarios, despidos masivos y destrucción de lo que 
      restaba de los Estados de bienestar configuran el nuevo rostro de los países 
      centrales. En el centro del mundo se diseña un escenario de incertidumbre 
      y amenazas, del que no están excluidas las intervenciones armadas 
      que se excusan en paradigmas civilizatorios. Sin embargo, este 
      avance reaccionario no se despliega sin resistencias. Las huelgas y movilizaciones 
      obreras y el surgimiento de nuevas expresiones de lucha popular como 
      la de los indignados son síntomas de un descontento que constituye 
      un potencial de futuros conflictos, lejos de la pretendida sentencia del 
      fin de la Historia que el neoliberalismo proclamaba en sus décadas 
      de esplendoroso ascenso.
      El discurso presidencial en el G-20 impugnó el capitalismo financiero, 
      la desregulación y la política de precarización del 
      trabajo. Una impugnación a la esencia del capitalismo realmente existente. 
      Implacable crítica hecha desde la jefatura de un gobierno empeñado 
      en construir una sociedad de derechos mientras ese capitalismo actual los 
      destruye en el centro del sistema global que construyó. ¿Habrá 
      futuro para el capitalismo? ¿Habrá futuro para la humanidad? 
      ¿El anarcocapitalismo conducirá a la barbarie?
      La degradación del sistema en los países centrales comprende 
      la aceptación y el fomento de paraísos fiscales, esquemas 
      de elusión impositiva, maniobras con los precios de transferencia 
      en las operaciones intrafirma de las empresas transnacionales. Así, 
      mientras la financiarización conduce a la profundización de 
      estos rasgos, los discursos de los líderes de las naciones hegemónicas 
      condenan esas prácticas, la mayoría de las veces en forma 
      hipócrita, mientras promueven ordenamientos legales internacionales 
      con objetivos más cosméticos que transformadores.
      En cambio, los países periféricos que sufren pérdidas 
      fiscales y fugas de capitales por la presencia de esos mecanismos están 
      interesados realmente en su desarticulación. El gobierno argentino 
      ha trabajado en los foros internacionales en esa dirección. Así, 
      el interés en el combate al lavado de dinero y la evasión 
      fiscal son objetivos importantes y destacables de la política del 
      Gobierno. Pero resulta equivocado legislar esas cuestiones en el formato 
      de Ley Antiterrorista, como se lo hace en el actual proyecto que trata el 
      Congreso. Ese dispositivo adopta la duplicación de condenas acogiéndose 
      a una definición del concepto de terrorismo de carácter tan 
      inespecífico, que podría utilizarse en fallos judiciales que 
      criminalicen la protesta social. Formato antiterrorista e inespecificidad 
      de acepción que deriva del poder y las presiones norteamericanas 
      en los foros internacionales. El gobierno argentino se ha destacado por 
      su voz crítica en ellos y por eso sorprende y preocupa esta adopción 
      de un estándar internacional contradictorio con el espíritu 
      democrático del proyecto nacional que hoy despliega.
      Durante la última década nuestra región ha comenzado 
      a desarrollar, de manera creciente, una experiencia económica, política, 
      social y cultural esencialmente diferente de la verificada en el mundo desarrollado. 
      Tal proceso político, dirigido a establecer esa sociedad de derechos, 
      es incongruente con las sociedades de libre mercado. La preeminencia de 
      lo político, tendencia verificable en gran parte de las nuevas experiencias 
      nacionales de América latina con marcadas heterogeneidades, 
      indudablemente, supone un ejercicio creativo de regulación 
      pública creciente de aspectos económicos esenciales en el 
      cual la ciudadanía política recupera un lugar principal respecto 
      de las relaciones mercantiles no exento de conflictos y contradicciones. 
      La frustración del plebiscito popular en Grecia acerca de las recetas 
      de ajuste impuestas por el FMI, Alemania y Francia, permite realizar un 
      poderoso contraste con la mayoría de los gobiernos latinoamericanos 
      cuya soberanía política en materia económica se acrecienta 
      y complejiza a través de novedosos entramados nacionales y de integración 
      multidimensional. Si bien estos procesos no están exentos de intrincados 
      desafíos, asociados a un exacerbado grado de transnacionalización, 
      gestión de recursos naturales y complejos escenarios de tensión 
      distributiva, sus características distan de constituirse en evidencia 
      de la lógica del capitalismo central. La imaginación política 
      regional, la búsqueda de autonomía y la voluntad integradora 
      esencialmente crítica del neoliberalismo han abierto una variante 
      de organización social cuya denominación constituye aún 
      una incógnita a dilucidar recurriendo a nuevos debates todavía 
      en ciernes. Parece apropiado evitar referencialidades semánticas 
      a pesadas e irresueltas herencias, no renunciando sin embargo a recuperar 
      del arcón de posguerra la voluntad de las grandes gestas humanas 
      que, a través de distintas identidades, dirigieron su proa a idearios 
      democráticos, populares, independientes, igualitarios y libertarios.
      No es fácil darle nombre propio al tipo de sociedad que queremos, 
      dice la Carta Abierta/10 y, ciertamente, ese nombre aparecerá cuando 
      se pronuncie colectivamente, en el interior de la conciencia de miles y 
      miles de personas. La unidad de América latina y el Caribe, que incluye 
      el rechazo a las conductas imperiales y la anárquica desregulación 
      financiera, resulta en la urgencia de una autonomía no sólo 
      justa, sino imprescindible, frente al desastroso despliegue reaccionario 
      en el centro del capitalismo mundial. El paradigma de la Igualdad adquiere 
      una significación trascendente como brújula en el clima de 
      desazón de esta época.
      La recuperación y centralidad de la idea de Igualdad representa una 
      transformación cultural en la Argentina. El trazo grueso de los cantos 
      de sirena del neoliberalismo fue el de crecimiento y derrame: sin acción 
      pública los estímulos de mercados y ganancias conducirían 
      a la ampliación y eficiencia productivas que desembocarían 
      en la reducción de la pobreza en una sociedad de desiguales para 
      el bien de todos. Sin embargo, el resultado fue el estancamiento 
      y la exclusión.
      Siempre ha existido una relación contradictoria y tensa entre capitalismo 
      e Igualdad. La extensión de los derechos civiles y políticos 
      generalizó la ciudadanía formal, mientras que esa expansión 
      a la vez operaba como velo de la desigualdad en el acceso a bienes y servicios. 
      La idea liberal de un ámbito público de la política 
      alienado de un espacio privado reservado para la economía esteriliza 
      la potencia de la primera para transformar la segunda. Ni la Igualdad sustantiva 
      ni la ampliación de derechos son cuestiones de mercados, sino de 
      ciudadanía. La primacía de la política sobre la economía, 
      la intervención pública en ésta, la sustitución 
      del objetivo del crecimiento por el del desarrollo y el privilegio ciudadano 
      sobre la determinación mercantil para elegir el destino estratégico 
      de una nación son tributarios de una propuesta de profundización 
      de la Igualdad. Esta es la inscripción del paradigma de la Igualdad 
      proclamado por la Presidenta como objetivo de esta etapa.
      
V
      Desde 2003 se produjo una mejora sustantiva en la distribución del 
      ingreso, tanto que la Argentina eleva los índices promedio de la 
      región en términos de equidad distributiva. El sistema impositivo 
      alcanzó en 1974 su pico de equidad del siglo XX, y luego comenzó 
      un ininterrumpido derrumbe que profundizaba constantemente su regresividad. 
      El actual proyecto ha revertido esa tendencia alcanzando una leve progresividad 
      al final de la década recién concluida. Las retenciones han 
      contribuido a ese cambio. Pero el régimen impositivo sigue siendo 
      injusto con el 20 por ciento más pobre de la población y reclama 
      una reforma tributaria. Reforma que también es necesaria para la 
      estabilidad estratégica fiscal. El impuesto a la renta financiera, 
      la mayor progresividad del Impuesto a las Ganancias, la reforma en el Impuesto 
      al Valor Agregado, la consolidación de las retenciones (inclusive 
      recuperando la idea de retenciones móviles) y el refuerzo de las 
      imposiciones patrimoniales provinciales son cuestiones pendientes.
      El crecimiento del gasto público ha contribuido a la mejora de la 
      equidad. El significativo incremento del presupuesto educativo y el aumento 
      del gasto en salud contribuyeron en ese sentido. La inversión realizada 
      en esos campos requiere una renovación ahora cualitativa: una atención 
      que no sólo descanse en la mejora de la infraestructura escolar o 
      sanitaria. En relación con la salud pública es preciso puntualizar 
      que no se han producido avances en importancia e intensidad equivalentes 
      a los que sí se dieron en áreas como los derechos previsionales, 
      humanos, educación y de generación de empleo. Se ha tendido 
      a consolidar la inercia heredada, a contramano de las notables transformaciones 
      que el modelo nacional y popular ha sabido generar. El control a los laboratorios, 
      la producción pública de medicamentos y la regulación 
      de la medicina prepaga deberían avanzar en la generalización 
      de un sistema igualitario de salud. Hoy sólo el 1,9 por ciento del 
      PBI se invierte en salud pública gratuita, mientras subsiste en 
      un sistema fragmentado una enorme inequidad en la distribución 
      de los recursos. Pensar la salud como política de integración 
      social hace necesario recuperar el rol del Estado como único rector 
      y prestador creciente y dominante, para hacer realidad la universalidad 
      de la atención y el acceso a la salud como derechos de ciudadanía. 
      Un derecho no es ni puede ser una mercancía, ni debe ser el mercado 
      quien distribuya la salud y la vida.
      La quita de subsidios a los ricos y a las clases medias-altas que pueden 
      prescindir de ellos contribuye a la equidad distributiva. La reasignación 
      presupuestaria al gasto social y a la inversión pública es 
      de estricta justicia. La campaña mediática que designa la 
      mayor carga como un ajuste tiene una marca clasista. No hay redistribución 
      sin recortes del ingreso de los más pudientes. Ajustistas son las 
      políticas recesivas y restrictivas que disminuyen la capacidad de 
      consumo de las mayorías populares asociadas a recortes del gasto 
      público y no así las reasignaciones progresivas de éste, 
      que mantienen su nivel. Un cambio distributivo supone modificaciones en 
      la lógica de consumo y de la propia estructura productiva que provee 
      los bienes para éste.
      La cuestión de la Igualdad comprende el debate clave acerca de los 
      sectores en pugna por la distribución del ingreso. Los enfoques económicos 
      que desde diversos sectores apuntan a detener la política de incrementos 
      salariales, ubicándola como causa del alza de los precios y la disminución 
      de la competitividad externa tienden a imponer un orden injusto propio de 
      la experiencia neoliberal, pero esta vez actualizándolo bajo la forma 
      de una peligrosa heterodoxia de raíz conservadora. Este aparente 
      oxímoron consiste en propiciar una creciente intervención 
      estatal en materia económica, pero amputando las políticas 
      que diferenciaron al período abierto en 2003 asociadas a la 
      recuperación de los convenios colectivos de trabajo y la dinámica 
      sindical del programa encarnado por el duhaldismo en beneficio del 
      poder económico concentrado local y extranjero. La competitividad 
      externa, luego de la devaluación del peso argentino en 2002, fue 
      conseguida a costa de fuertes transferencias de ingresos desde los trabajadores 
      y sectores vinculados al mercado interno hacia los sectores empresarios 
      medianos y grandes rurales y urbanos. No se explicó, entonces, por 
      un incremento de la competitividad sistémica genuina, sólo 
      posible por saltos tecnológicos y productivos devenidos de una conducta 
      empresarial de fuertes inversiones, que en el caso de las grandes empresas 
      tendió a no verificarse con el mismo dinamismo que en la década 
      de los 90 pese a las comparativamente altas tasas de ganancias de 
      los últimos años. La imprescindible política de incrementos 
      salariales sistemáticos propiciados, a partir de 2003, por los gobiernos 
      nacionales tendió a compensar esa transferencia inicial y distribuir 
      los beneficios de la acelerada creación de riqueza que se produjo. 
      Con el fin de preservar el carácter progresivo de la política 
      pública uno de los basamentos del modelo económico 
      parece imprescindible encauzar el debate acerca de la inflación y 
      el tipo de cambio hacia los complejos escenarios de la puja entre sectores 
      sociales por la distribución del excedente, ejercicio que implica 
      analizar precios, tasas de ganancia, productividad, inversiones y salarios 
      de manera conjunta. Ello supone en sí una renovada acción 
      estatal, tanto técnica como política, sostenida por un debate 
      público, como expresión evidente de la metáfora presidencial 
      de sintonía fina.
      Mucho se hizo en estos años en pos de la afirmación de la 
      Igualdad. Lo hizo un gobierno componiendo a su alrededor un conjunto de 
      alianzas. No fue menor el lugar que tuvo y tiene en esa alianza el sindicalismo 
      mayoritario. Organizaciones remisas a revisar las lógicas de poder 
      que las estructuran y que las llevan al reconocimiento de cercanías 
      que son claramente corporativas, como la defensa de algunos dirigentes que 
      son juzgados por delitos económicos, delitos inaceptables desde cualquier 
      percepción efectiva de la defensa de los derechos de los trabajadores, 
      pero al mismo tiempo forjadas en la protección de los derechos de 
      los asalariados formales. El grupo que hoy conduce la CGT se templó 
      en la resistencia de los años 90 y desde 2003 para aquí 
      articuló alianzas al tiempo que sostuvo la mejora de los salarios 
      y la ampliación de derechos. Un contexto de expansión de la 
      demanda laboral y de paritarias reconocidas lo hizo crecer y afirmarse. 
      Hoy aparecen, enfáticamente anunciadas, oscuridades en esas alianzas.
      No es fácil, nunca, orientarse en las coyunturas que son pródigas 
      en ambigüedades, en componer hilos heterogéneos, en presentarse 
      con rostros ambivalentes. Pero todo ello no puede evitar una nitidez que 
      sigue presente: la política argentina sigue teniendo un trazo fundamental 
      que distingue entre un bloque de la reacción y un movimiento complejo 
      y múltiple que apuesta por la Igualdad. Es inimaginable que 
      los trabajadores argentinos y sus representaciones sindicales elijan el 
      camino de la reacción, arrojándose a los brazos de aquellos 
      que hasta ayer nomás se decían sindicalistas para defender 
      intereses patronales o para actuar como emisarios de la corrosión 
      de la legitimidad institucional. Porque la CGT conducida por Hugo Moyano 
      no tiene nada que ver con un gastronómico de las barras brava ni 
      con un dirigente de peones rurales que pone a sus afiliados como carne de 
      cañón para un paro patronal. Habrá nubarrones en la 
      coyuntura, oscuridades que opaquen la nitidez, habrá que renovar 
      para despejarlos un compromiso común, un compromiso hecho 
      de tensiones, diálogos, conflictos y disidencias, pero sustentado 
      sobre un acuerdo necesario: el de profundización de la Igualdad, 
      el de ampliación de derechos.
      
VI
      El paradigma de la Igualdad como el que se avizora requiere de la autonomía 
      nacional. Un problema central y estructural subsistente e intacto es la 
      extranjerización de la economía. La concentración más 
      esa extranjerización, profundizadas deliberadamente por las políticas 
      neoliberales, contribuyen a una persistente fuga de capitales. Durante los 
      90 se financiaba con endeudamiento y hoy se lo hace con las divisas 
      del superávit comercial, conseguido como resultado de la actual política 
      económica y de las condiciones de la economía mundial. Así, 
      el resultado del esfuerzo común es girado al exterior por los más 
      poderosos, que cuanto más ganan más giran. Las constantes 
      remesas de utilidades revelan que la Igualdad no constituye un objetivo 
      exclusivamente social, sino un problema nacional. Así, a la exigencia 
      de mayor inversión se agrega el requerimiento de renacionalizar la 
      economía. Las filiales de las empresas transnacionales orientan su 
      política, mucho más, por las necesidades y lógicas 
      de sus casas matrices que por las definiciones, estímulos y objetivos 
      de la política económica local. Una nueva ley de inversiones 
      extranjeras es necesaria para proveer un marco regulatorio que permita al 
      Estado fijar políticas.
      Pendiente está, en función de la profundización de 
      la Igualdad, una legislación justa sobre la posesión de la 
      tierra urbana y rural. El proyecto de ley actualmente en discusión 
      constituye un primer paso. Los desalojos de los humildes y la prepotencia 
      de quienes los llevan a cabo han causado derramamiento de sangre y muertes. 
      La legislación necesaria implica un debate respecto del derecho de 
      propiedad, que por cierto se originó como todos los derechos civiles 
      como reivindicación de los más débiles frente a los 
      más fuertes. La conquista de los montes por parte de los sojeros 
      tiene la misma lógica que la conquista del desierto del siglo XIX. 
      Se despliega como una violación del derecho de propiedad comunitaria 
      para la vida y la cultura de comunidades enteras, destruyendo los derechos 
      de los pueblos originarios y de los campesinos para establecer otros nuevos, 
      que protejan la apropiación de medios de producción por una 
      clase objetivamente vinculada con la restauración del modelo derrotado 
      en 2001. Apropiación típica de los conquistadores, por medio 
      de la expulsión de campesinos de sus tierras. La solución 
      del hábitat urbano y rural es, tal vez, la que atendería los 
      problemas de mayor injusticia y violencia, resultantes de inequidades desgarrantes.
      La marginación del ideario del desarrollo y su empobrecimiento al 
      subsumirlo en los conceptos de crecimiento y derrame fueron tributarios 
      de la sanción de leyes financieras que retiraron al Estado de la 
      función de direccionamiento del crédito. Nuevas leyes que 
      regulen el funcionamiento de las entidades, las funciones del Banco Central 
      que incluyen la recuperación del poder estatal para articular 
      la política monetaria con las otras políticas públicas 
      y los derechos, acceso y protección a los usuarios del crédito 
      significarán la derogación y el reemplazo de la que fuera 
      la ley de leyes de la política económica de la dictadura terrorista: 
      la Ley de Entidades Financieras y, también, de la carta orgánica 
      del Banco Central, columna vertebral de la financiarización.
      La vibrante defensa de Cristina Fernández de la gestión en 
      Aerolíneas Argentinas, la estatización que dio origen a Aysa 
      y las diferencias de eficiencia en la gestión pública de los 
      fondos jubilatorios aplicados a proyectos de desarrollo habilitan una vía 
      de profundización sostenida en la recuperación de la gestión 
      empresaria del Estado. Quedó agotado el discurso de la ineficiencia 
      pública respecto de la virtud de la privada. El desempeño 
      del Banco Nación durante las crisis y en el estímulo del crédito 
      productivo, frente a la conducta lucrativa de corto plazo de una banca extranjera 
      especializada en créditos personales colocados a altas tasas, 
      muestra otro contraste que abunda en el fundamento del colapso de esa creencia. 
      Así, el empeoramiento del balance de divisas en el sector energético 
      alerta sobre una insuficiencia exploratoria del capital privado en la industria 
      petrolera. La mejora en el planeamiento y la regulación y la recuperación 
      de la centralidad empresaria estatal en ese sector no sólo atenderían 
      a requerimientos del proceso de desarrollo, sino que también crearían 
      condiciones para generar estrategias económicas que no desdeñen 
      el cuidado del medio ambiente, a la vez que afirmarían el camino 
      de la autonomía nacional.
      
VII
      Si se postula una sociedad de derechos, es impensable avanzar sin la idea 
      del plan. Una sociedad de mercados es una sociedad sin plan, porque la organización 
      de ésta opera indirectamente por el peso de la pura correlación 
      de fuerzas de los poderes económicos. En cambio, la construcción 
      de una sociedad de derechos requiere de la participación ciudadana 
      en las decisiones. Participación cuya fuerza quedó demostrada 
      en la forja de la ley de medios, en su discusión por múltiples 
      foros y en la creación de una sensibilidad social sobre su importancia. 
      No debe ser ése un caso aislado sino el umbral para políticas 
      renovadas en las que se apele a una capilar politización de lo cotidiano. 
      O, dicho de otro modo, en el que se conjugue la igualdad más profunda: 
      aquella que nos hace sujetos políticamente autónomos, capaces 
      de opinar, juzgar, comprometerse y decidir.
      Una sociedad movilizada, una opinión pública capaz de forjarse 
      en los debates y no en ningún pensamiento único, una dirigencia 
      capaz de asumir desafíos renovados, un vasto conjunto de militancias 
      heterogéneas y diferentes configuran un escenario promisorio para 
      el año que se abre. Los desafíos son profundos y las interpretaciones 
      que se conjuguen deberán estar a la altura. No es tiempo de tratos 
      maniqueos con el pasado ni de juicios sumarios sobre la Historia, más 
      bien lo es de recostar nuestra experiencia política sobre la diferencia 
      que establece con otros momentos, pero también para que su actual 
      complejidad ilumine la del pasado. Porque somos enfáticos habitantes 
      del presente, debemos ser comprensivos visitantes de lo sucedido. A sabiendas 
      de que los tiempos nos exigen una imaginación política renovada 
      y un compromiso colectivo para pronunciar las palabras justas. Aquellas 
      que nos permitan afirmar la Igualdad.
       
do 
      Campo Spada, 2011 (C)
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      ENERO 
      2012-01-07
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