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DAMASCO.- 
      En Irak reina el terror y la desesperanza, a solo unos días de que 
      asuma un gobierno títere. Al millón de iraquíes muertos 
      por los bombardeos durante la invasión, se debe agregar una cifra 
      similar como consecuencia de la crisis sanitaria desde la presencia norteamericana. 
      Los hospitales están sin insumos y los servicios básicos, 
      dañados por el mayor tonelaje de bombas desde la Segunda Guerra Mundial 
      no han sido restaurados. El agua es escasa y vale mucho dinero y la luz 
      se suministra apenas algunas horas al día. Para peor, al explotar 
      el mayor gasoducto iraquí, la nación ya no genera ingresos, 
      lo que empeorará la situación. 
      Enumerar uno a uno los atentados desinforma mas de lo que aporta, pero sí 
      cabe acotar que todos los días hay atentados en las principales ciudades 
      iraquíes, donde una resistencia que proviene de distintos sectores 
      (ex partidarios de Saddam Hussein, religiosos chiítas o sunitas, 
      etc) agrega cada jornada un promedio de diez víctimas fatales, tanto 
      nacionales como invasoras. La realidad indica que caminar por las urbes 
      es una verdadera odisea, ya que no solo no queda actividad económica 
      genuina (los únicos que tienen ingresos son los extranjeros que trabajan 
      para contratistas anglo-norteamericanos) y conseguir alimentos es una tarea 
      que puede demandar varios días con resultados inciertos. Si no hay 
      mayor degradación moral (prostitución, tráfico ilegal, 
      etc) es gracias a la fuerte presencia de las creencias islámicas, 
      que mantienen cohesionada a la población a pesar del horror cotidiano 
      de haber perdido su vida cotidiana, sus familiares y sus bienes.
      El traspaso es apenas una fantochada.
Junio 2004-06-21 ©