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El Presidente no descubrió nada...

Por Daniel do Campo Spada.

En pocos editoriales tomo una posición autorreferencial, pero en este caso me tomaré una licencia que el lector sabrá entender. Durante los años 80 y 90, publiqué un periódico porteño que es la base de una de nuestras revistas digitales (ECO Informativo), en el que desde las tapas nos cansamos de avisar que el “boom” supermercadista es el final de las virtudes de la clase media argentina. Pero antes de repetir muchos de los argumentos que utilizamos durante tanto tiempo, cabe hacer una reflexión. La clase política y sindical fueron cómplices de esta forma de comercialización ya que se convertían en una excelente fuente de recursos al momento de encarar una campaña política. Muy pocos almaceneros de barrios hubieran podido en un solo acto hacer cheques de un millón de dólares como si nada. Ahora el Presidente se desgañita vociferando por las prácticas de cartelización que las tres principales cadenas de supermercados realizan incrementando los precios en su exclusivo beneficio, pero durante veinte años fueron destruyendo partes esenciales de la economía del país sin que dijeran nada.
Armando Cavallieri, Secretario General del Gremio de Empleados de Comercio fue uno de los sindicalistas preferidos del Gobierno de Carlos Saúl Menem, ya que ambos se beneficiaban con el mismo juego. Los supermercados, aunque destruyeran millones de puestos de trabajo, incrementaban en cambio el número de aportantes a su gremio, que manejó cuentas astronómicas como nunca se había visto. Su silencio abarcaba a la de condiciones humillantes con las que aún hoy en día trabajan los 70 mil empleados de las grandes cadenas. Cajeras con pañales para no ir al baño, horarios rotativos con horario de entrada pero nunca de salida, francos que no ayudan a la armonía familiar de los trabajadores, despidos tempranos para que no acumulen antiguedad, etc, son ignorados por los sindicalistas empresarios. El colega Luis Sartori manifestó en una visita a nuestro país que en una foto costaría distinguir quien es el empresario y quien el representante de los trabajadores, ya que ambos poseen un gran lujo para vestirse.
Los viejos concejales y los actuales diputados porteños no solo hicieron la vista gorda ante el avance de estos gigantes de la venta al detalle sino que además les ayudaron a su instalación. De esa forma, al igual que muchos intendentes complacientes, tenían una tesorería por donde pasar a buscar un “bono contribución” cuando fuera necesario.
En el mientras tanto, los pequeños y medianos comerciantes desaparecían día a día en el medio de una política de precios en la que les era imposible terciar. Mientras sus clientes migraban a los grandes locales, comenzaba a descomponerse ese elemento social aglutinante y movilizador que eran los comercios de barrio. Fueron el último bastión en una guerra en la que los clubes de barrio, centros culturales y locales partidarios genuinos desaparecieron uno a uno en el gran proyecto aislacionista de la década nefasta de los 90.
Muchos proveedores pecaron de ingenuos, se vistieron de nuevos ricos y se encandilaron con sus nuevos clientes. Creyendo pertenecer al selecto club, fueron fagocitados por las cadenas de comercialización, que no solo les cobraban las góndolas sino que además les alargaban a su antojo las “cartas de crédito o no les compramos nunca más”. Cuando se dieron cuenta de que se habían equivocado, sus viejos clientes ya no existían. Hoy, los grandes comercios de antes venden como los barriales de veinte años y estos últimos apenas subsisten lo que dure una indemnización.
El Presidente denuncia que las grandes cadenas Coto, Cencosud y Carrefour manejan el mercado. Chocolate por la noticia. Lástima que los políticos hace rato que generaron que esta situación perversa se haya generado.

Noviembre 2005-11-26 ©


 

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