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Soy católico.

Por Daniel do Campo Spada.

Desde hace algunos años los católicos nos hemos acostumbrado a tolerar mas allá de los límites naturales. Como si todos los errores de nuestros pares en los últimos siglos nos pesasen, ponemos más de una vez la segunda mejilla . En pro de una convivencia ecuménica –con la que a pesar de todo anhelamos- callamos cada vez que alguna de nuestras creencias es ridiculizada. En los primeros días de diciembre, un artista muy valioso desde lo estético como León Ferrari (de 84 años) pero totalmente resentido desde lo conceptual, ha puesto a la sociedad porteña en medio de enfrentamientos. En la muestra que sostuvo el propio Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en el Centro Cultural Recoleta, se puede observar piezas hasta el extremo ofensivas con nuestra espiritualidad. Al reaccionar, se nos ha vuelto a ofender, al tildarnos de derechistas o fascistas.

De joven, tenía un compañero que solía intervenir en las peleas adolescentes acercándose a la supuesta víctima, a la que defendía con la frase: “Dejenló. No les da lástima, es un pobre tarado”. Defendía y ofendía. Es el mismo caso de declararse no antisemita al mencionar que “tenemos un amigo judío”.

Desde hace décadas, pero fundamentalmente después del atentado a la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) y la Embajada de Israel, no se realiza el mas mínimo comentario que pudiera molestar a la comunidad judía. No está mal. ¿Pero por qué –mas allá de minorías y mayorías- se puede ridiculizar a curas, monjas, cristos, etc, sin que exista la reacción correspondiente? Un canal, con sospechosa cantidad de periodistas y directivos judíos se encarnizó en la persecución de un sacerdote que mas allá de sus contactos con el poder pudo concretar una obra que le da hogar, educación y oportunidades a cientos de chicos que tenían asignado a fuego el destino de marginados. Cuando la Policía Federal descubrió que una banda de rabinos judíos del barrio de Flores traficaban drogas, se tomó especial precaución de que todos los hombres de la fuerza de seguridad fueran israelitas. En los medios (en muy pocos), todo duró un solo día.

¿Cómo habría sido tildado un artista que se permitiera la libertad de hacer piezas en las que se defecase en la estrella de David o que se hicieran graffittis en el Muro de los lamentos? ¿Fascista, antisemita, intolerante, racista? ¿Los mismos que ahora defienden la libertad de expresión, lo hubieran aceptado? ¿Lo habría sostenido el gobierno de Tel Aviv? ¿Debemos considerar libertad a soportar cuadros en los que se burlan de la sexualidad de nuestro padre o madre?

Nuestra Iglesia Católica tiene cosas de las cuales arrepentirse, y de hecho se ha pedido perdón en mas de una oportunidad. Pero… ¿acaso el estado judío de Israel no es fascista con sus vecinos árabes? ¿No tienen muchos musulmanes que sentir estupor por los atentados que se hacen en nombre de su religión? ¿Acaso no hay en mas de un país imperialista Presidentes evangélicos que se han manchado las manos de sangre? Sin embargo, nada de esto abre la puerta de una posibilidad o autorización de ofensa. Muchos católicos murieron a manos de la dictadura militar y la mayoría no somos derechistas tampoco.

León Ferrari, con sus resentimientos a cuestas es apenas una anécdota en un rosario de hechos y actitudes en las que es libertad de pensamiento crear aún a riesgo de ofender. Claro que si la ofensa es a alguna de las otras religiones es “legítimo” reaccionar en contra. ¿Por qué los católicos tenemos que callarnos? ¿Por qué ofendernos por segunda vez por el solo hecho de sentirnos apesadumbrados?

Con el mismo orgullo con el que luego de los atentados algunos se embanderaron con la frase “todos somos judíos”, hoy declaro voz en cuello “soy católico”, sin que ello me desprenda de los valores de convivencia, humanismo y respeto por los demás que guía no solo mi vida de periodista sino fundamentalmente la de persona.

diciembre 2004 ©

 

 


 

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